Traicionado por 14 compadres y socios que cooperaron con el gobierno de Estados unidos durante su juicio, el presunto líder del Cártel de Sinaloa no tenía salida.
El jurado tardó seis días en tomar una decisión. Joaquín Guzmán Loera escuchó en febrero la palabra “culpable” 10 veces, una por cada delito que se le imputaba en una corte federal de Nueva York. Luego de 44 días de juicio, 55 testigos, decenas de grabaciones, miles de documentos, sorpresas y escándalos, “El Chapo”, quizá el narcotraficante más famoso y mediático de la historia, el que se fugó dos veces de la cárcel, el señor de los túneles, pasaría el resto de su vida tras las rejas en Estados Unidos.
En el proceso salieron casos escandalosos y millonarios de sobornos y corrupción, con insinuaciones que apuntaban tan alto como a los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, varios altos mandos militares, exsecretarios de gobierno y miles de policías federales.
Se escucharon llamadas secretas, se leyeron mensajes encriptados, se contaron tramas telenovelescas con amores y traiciones, fugas de película, planes y estrategias narcotraficantes increíbles. El relato de más de dos décadas de la historia del tráfico de drogas en México.
“El Chapo”, traicionado por 14 compadres y socios que cooperaron con el gobierno, no tenía salida. Hubo un viso de salvavidas: uno de los integrantes del jurado que le condenó contactó con Vice News para contar aventuras y desventuras de ser un miembro con el destino del capo entre sus manos, al revelar que se incumplieron las normativas establecidas por el juez en cuanto a consulta de medios de comunicación y hablar del caso.
La petición de un nuevo juicio no fructificó y cinco meses después, el 18 de julio, se confirmaba la condena: cadena perpetua. “El Chapo” apareció por primera vez con su bigote característico, como marcando territorio. Cadena perpetua, sí, pero él tendría la última palabra de forma literal: se dirigió a la corte enojado por sufrir una “tortura las 24 horas, emocional, sicológica y mental, en unas condiciones de confinamiento” por 30 meses, encerrado en una celda minúscula en condiciones denunciadas constantemente y que afectaron a su salud.
“Cuando fui extraditado a Estados Unidos esperaba un juicio justo […] lo que pasó fue lo opuesto. ¿Por qué no sentenciarme desde el primer día? Ya que el gobierno va a enviarme a una prisión donde jamás van a escuchar mi nombre, tomé esta oportunidad para decir: ‘Aquí no hubo justicia’”, sentenció. No iba a quedarse callado, aun acusando a Washington de no ser “mejor que cualquier otro país corrupto que no respetan”.
La era de “El Chapo” llegaba a su fin. Días después sería trasladado a la prisión de máxima seguridad de Florence, en Colorado, la Alcatraz de las Rocosas. Se convertía en un número de registro en el sistema de prisiones estadounidense: el 89914-053, correspondiente a un varón blanco de 62 años.
Terminaba así una aventura que inició la víspera de la toma de protesta de Donald Trump como presidente de la Unión Americana, en enero de 2017, cuyo final parece inamovible, pese a que queda el trámite de la apelación a una corte superior.
Quedan atrás los más de dos años de un proceso que sacudieron a México y pusieron un trofeo en las vitrinas de Estados Unidos, pero que no hicieron nada para frenar el tráfico de drogas. El fin del juicio no terminó con todo lo relacionado con el capo. Al fin y al cabo, el proceso sirvió para elevar todavía más a “El Chapo” como un producto mediático sin parangón, en medio del renovado fervor por las series sobre narcotraficantes. También para redescubrir la figura de su esposa, Emma Coronel, quien tras el juicio apareció en la segunda temporada de “Cartel Crew”, docuserie sobre las personas dentro del círculo de los cárteles acusada de blanquear el narcotráfico, con el fin de promocionar lo que debía ser su nueva aventura empresarial de la mujer, la marca de ropa “EL Chapo Guzmán: JGL”.
Detrás de Coronel siempre aparece el nombre de Mariel Colón, la abogada que se convirtió en su sombra y persona de confianza, y figura que después aparecería también como letrada en el juicio de Jeffrey Epstein: un ascenso meteórico entre el sector de la defensa criminal neoyorquina. Fuera de los focos, los casos judiciales y la lucha contra el narco relacionados con “El Chapo” no se frenaron. Dos meses después de su sentencia, en Chicago, era el turno de la condena de Vicente Zambada Niebla, “Vicentillo”, beneficiado por su “colaboración extraordinaria” con Washington con escasos 15 años de cárcel por narcotráfico. Por el tiempo cumplido y si prueba buena conducta, podrá ser hombre libre —y bajo la protección de Estados Unidos— en 2022.
Días antes había sido extraditado a El Paso, Texas, José Antonio Torres Marrufo, “Jaguar”, otrora jefe de sicarios de “El Chapo”. El fin de año guardaba una última sorpresa: la detención en Dallas de Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad del gobierno de Calderón Hinojosa, acusado de narcotráfico con lazos al Cártel de Sinaloa. Su proceso será uno de los más importantes de 2020, y estará liderado por el juez Brian Cogan, el mismo que encabezó el proceso de Joaquín Guzmán Loera.