“La calle maldita de la Zacamil” Así lo expresa estudiante que vivió una tortura en manos de pandilleros de esa zona

Dramático relato del terrible   secuestro " express " de un estudiante universitario en Mejicanos.

Me agarró la tarde y tengo que llegar a clases, a la universidad. Estudio en el “alma mater”, como aún se conoce a la Universidad de El Salvador.

Voy en mi carrito por la Zacamil y cuando estoy por llegar al centro comercial que tiene una pasarela cerca veo a muchos vendedores que circulan alrededor de los vehículos.

Me detengo antes de pasar el centro comercial porque el semáforo se puso en rojo. Ya quiero que cambie al verde. Tengo clases.

Jóvenes con delantales me ofrecen fruta, agua, chicles, de todo… Veo a los vendedores, pero estoy más pendiente del semáforo. Sigue en rojo.

De repente, escucho que abren la puerta del pasajero y justo a mi lado se sienta un tipo joven. No lo reconozco, no sé quién es. "¡Movete, hijueputa… movete!", me grita el sujeto y mi corazón salta de susto.

Me apunta con una pistola plateada, me la pone en la cabeza. Siento el cañón de la pistola cerca de mi oreja. Siento que me duele como si me fuera a taladrar. Pienso que en cualquier momento va a disparar.

El semáforo se pasa al verde. Del miedo estoy detenido. Los conductores de atrás me comienzan a pitar. Parece que nadie se ha dado cuenta de lo que me pasa.

El sujeto me grita con más fuerza: "Que te movás hijueputa, movete... dale despacio. Dale recto. Cruza aquí, a la izquierda, y seguí la calle", me dice.

Mi vida acaba de dar un giro en un abrir y cerrar de ojos. No termino de entender si esto es verdad.

Solo he recorrido unos metros después del semáforo y giro a la izquierda. Hay una calle que baja y se pierde entre unos edificios. Mientras avanzo, nos encontramos con un grupo de niños y unas mujeres. Caminan con normalidad, mientras a mí se me cae el mundo a pedazos.

Sigo avanzando y de repente salen varios sujetos de una puerta de lámina. Son pandilleros. El intruso armado me ordena que me detenga y varios de sus cómplices entran a mi vehículo. Me hacen pasar al asiento de atrás.

Como animales de rapiña me comienzan a quitar todas las prendas. Esto se va a poner peor y me digo: “Dios mío, en qué lugar me he metido. Padre Mío, ¿qué me está pasando?”.

“A unos metros está la calle de la Zacamil, el centro comercial, el mercado, la policía… ¿por qué me está pasando esto?”, me pregunto.

Ya en el asiento de atrás, los sujetos se paran en mí. “Cero gritos hijueputa. Estás en manos del barrio, vos ya no decidís perro”, me gritan.

Escucho que uno de ellos habla por teléfono y dice: “Aquí vamos con una presa perro. Prepárense para todo”.

Siento que apenas respiro, mientras los pandilleros me dan más patadas. Estamos en la misma calle, no hemos salido. Siento que se han estacionado. El sujeto que lleva el carro no puede manejar bien.

Escucho que saludan a más delincuentes y se ríen de mí. “No entiendo qué pasa. ¿Qué es lo que viene?”.

“No nos mirés, bajate, bajate... ¡ya, pero ya!”, me ordena uno de ellos.

Me agarran de la camisa y me llevan a un pasaje. De un empujón entro a una casa de láminas y me tiran al suelo. Uno de los que está conmigo me comienza a preguntar las claves de mis tarjetas mientras habla por teléfono.

Sin pensarlo mucho le confieso las claves de mis tarjetas. El sujeto las repite varias veces por teléfono a sus cómplices.

El marero viene hacia mí y con una patada me comienza a gritar: “Mirá bicha puta... Si una puta tarjeta no pasa, te vas a morir. Dame los números que son y no jugués con tu vida que a nosotros nos vales verga. Ya tenemos el carro, las computadoras, tu dirección, sabemos quién sos. Lo tenemos todo, todo”.

Aún no termino de entender lo que pasa, pero ya se me están saliendo las lágrimas. Siento la garganta reseca y estoy temblando sin poder controlarme. Miro alrededor y solo veo las paredes de láminas y el piso de cemento.

En una esquina veo unas manchas de sangre que ya están secas, sigo viendo y descubro unos cabellos con sangre marchita. Hay ropa amontonada, herramientas, palas, azadones y unos corvos. Esto no está bien, me digo: “Dios, esto no me puede estar pasando”, y comienzo a recordarme partes del salmo 91.

“El que habita al abrigo del Altísimo, se acoge a la sombra del Todopoderoso... Podrán caer mil y diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará”, pienso.

No sé cómo, pero mientras sigo con mis oraciones, empiezo a escuchar la voz de mi abuela. Oigo sus palabras y las repito; escucho la voz fuerte y ronca de mi viejita rezando. Su voz me sostiene. Siento que tomo sus manos arrugaditas y calientes y no me dejan solo... Sí, eso siento, aunque mi mamita ya está muerta, la siento que está viva y está conmigo.

A los minutos se acerca otro pandillero y me interroga: "Vos, sapo hijueputa. Le avisastes a alguien que te agarramos?”.

“No, no, a nadie. Nadie sabe nada”, respondí sobresaltado, mientras siento que voy a vomitar el corazón. “No mintás, que ese teléfono hijueputa no deja de sonar”, me contestó.

Llegan otros pandilleros y me rodean: “Te me vas a la mierda perro, que no te hemos hecho nada. Eso que has dado es una colaboración con el barrio… ¡Arre, arre! ¡Volá hijueputa!”, me ordenan.

Me agarran y me dan patadas. Me arrastro hacia el carro y siguen dándome golpes y patadas. Uno de ellos llegó hasta la ventana, me tiró las llaves y comenzó a darle patadas al carro: “Andate mierda, andate y no volvás”,

Solo me acuerdo que comencé a salir rápido y en segundos estaba de nuevo frente al centro comercial de la Zacamil, vuelvo a ver a los vendedores subiendo y bajando de los buses, algunos rodean más carros.

Como pude salí de esa calle maldita de Mejicanos. Sólo me acuerdo que aceleraba y aceleraba. Sentía que unos carros me seguían, me pasé unos semáforos en rojo. Corría y corría, lloraba llamando a mi abuelita... en un redondel no pude seguir y paré en una gasolinera, estaba desorientado.

Han pasado varios días desde que los criminales casi me matan, pero aún lloro de rabia e impotencia. Juro que no regresaré a esa zona maldita de la Zacamil y nadie debería pasar por allí, a nadie más le debería pasar esto.

Allí están los pandilleros con delantales, los ladrones, sus cómplices, los testigos, la gente que vio que se subieron a mi carro y me secuestraron… pero nadie me ayudó, nadie le avisó a la policía.