Vídeo: Conozca la maldición del aguacate

Michoacán es el primer productor del mundo de esta fruta, cuyo 'boom' comercial también ha traído al Estado mexicano violencia, deforestación y precariedad laboral

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La culpa fue de la loca. Subiendo por el cerro se ven casitas blancas estilo Bauhaus y bodegas de empresas con nombres en inglés. Más arriba, ya todo es verde pálido, un manto de árboles que terminan en una pequeña flor amarillenta de cinco hojas. Los agricultores mexicanos llaman a esta flor que corona los árboles la loca porque es impredecible, aparece fuera de tiempo: en verano, en invierno, cuando le da la gana.

Flores locas todo el año significa también aguacates todo el año, un ritmo imbatible que convierte a estos árboles en los frutales más productivos del planeta. Por altura, clima y terreno, Michoacán es el paraíso del aguacate. “Aquí nacen solos. Pero en los últimos años se ha plantado mucho y nos ha cambiado la vida a todos”, dice desde la loma del cerro verde de Uruapan José Luis Mata, un productor que hace ya un par de décadas que se pasó del pepino y el melón al aguacate.

Los estadounidenses están enganchados a la loca de Michoacán, el único Estado que tiene permiso para vender aguacate al vecino del norte. En la última década las exportaciones se han multiplicado por cuatro. Solo el año pasado, las ventas a EE UU fueron de 2.500 millones de dólares. Más que las divisas por petróleo. Los terrenos de cultivo crecieron otro 200%. Es como si todo el territorio de la ciudad de Londres se convirtiera en una inmensa huerta de aguacate.

Uruapan —300.000 habitantes— es el centro del negocio. La capital industrial del aguacate michoacano, donde se han asentado las principales empresas comercializadoras y donde últimamente más se notan los bondades y estragos de la loca: las casas Bauhaus y las infraviviendas con techos de lámina, las compañías extranjeras y los bosques arrasados, los millonarios anuncios de guacamole en la Superbowl y las muertes a balazos.

 

Alejandro García, un distribuidor veterano, le asesinaron a su hijo la semana pasada en la puerta de su empresa. Al caer la tarde, cuando salía de trabajar con su padre de la sede de Frutas Frescas de Michoacán, dos hombres armados cruzaron la calle en moto y lo acribillaron a quemarropa. “Yo ya me había ido. Me avisaron por teléfono y volví a toda prisa. Llegué a verle desangrarse en la puerta”, cuenta García desde su oficina mientras supervisa el cargamento de un camión. Gabriel García, 26 años, licenciado en empresariales, aún estaba aprendiendo el negocio.

“A otros empresarios del sector —continúa el padre— les están pidiendo otra vez cuotas. A nosotros no. Aunque alguna negociación con intermediarios ha acabado con una pistola encima de la mesa”. La zona aguacatera sufrió un pico de violencia del crimen organizado hace cinco años. Al calor del dinero rápido, los carteles hegemónicos de entonces —La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios— irrumpieron con extorsiones y asaltos exigiendo una parte del pastel.

En los pueblos de la sierra llegaron a invadir huertos, despojando a los productores de sus tierras. La respuesta de las autodefensas —grupos civiles armados contra el narco— y la caída de los grandes capos bajó el nivel de intensidad y desplazó el foco mediático a otras zonas calientes del país. Pero la violencia nunca se fue. “En Uruapan, como es más ciudad, no llegaron a organizar autodefensas. Además, antes al menos sabíamos quiénes eran. Ahora ya ni sabemos”, añade el empresario.

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