Una pista sobre el paradero de Osama Bin Laden

Así fue la última reunión de Obama antes de decidir ir  por Bin Laden

Una pista sobre el paradero de Osama Bin Laden

Una mañana de abril me di cuenta de que tenía numerosas llamadas perdidas del número bloqueado que solía indicar el aviso de la Sala de Crisis. Cuando devolví la llamada, me dijeron que acudiera al trabajo inmediatamente. “Se trata de una cuestión muy espinosa —dijo Brennan cruzando las manos ante sí—. Puede que tengamos una pista sobre Bin Laden”. 

A última hora de la tarde del jueves, Obama presidió una reunión que sería la última a la que asistiera antes de tomar una decisión. El momento preciso de actuar vino determinado por una preocupación casi cinematográfica y rayana en lo inverosímil: la ausencia de luna sobre Abbottabad aquel fin de semana ofrecía la mejor ocasión para el lanzamiento de la operación. La reunión arrancó con un informe acerca de los últimos datos suministrados por los servicios secretos, y Obama planteó algunas cuestiones que daban a entender que había pasado muchas horas pensando en el asunto: conocía la estatura de las personas que residían en el recinto, sabía cuántas familias vivían en él y que quemaban la basura.

Observé cómo el presidente digería toda aquella información, preguntándome de paso cuántas vueltas le habría dado al asunto en la cabeza a lo largo de las últimas semanas mientras asistíamos juntos a otras reuniones. A mi lado se encontraban otros recién llegados, entre ellos un “equipo rojo” nombre que se daba a un grupo de analistas de los servicios de inteligencia que hacían las veces de adversario para detectar posibles lagunas en operaciones complejas, que había venido a revisar el dato de si era Bin Laden el que se encontraba en el recinto. Otorgaban a ese dato un grado de credibilidad bastante bajo; entre un 40% y un 60%, decían. La conversación se adentró en una ratonera en la que todo el mundo discutía los porcentajes, hasta que Obama perdió la paciencia con aquel ejercicio absurdo.

—¡Ya es suficiente! —dijo—. En definitiva, hay un 50% de posibilidades en un sentido o en otro.

La conversación pasó entonces a abordar la forma en que podíamos cazar al Paseante. El almirante Bill McRaven supervisaba el comando de operaciones especiales desplegado en Afganistán. Habló muy seguro de sí mismo, transmitiendo la sensación de que aquella era la clase de actividad con la que tanto él como sus hombres se ganaban la vida, pero también de que estaban teniendo un cuidado especial en prepararse para las circunstancias del momento.

—Estoy seguro de que podremos entrar y salir de allí —dijo.

Había otra opción: borrar sencillamente del mapa todo el complejo. Pero Obama parecía menos interesado en esa alternativa, pues nos habría impedido saber con certeza si el Paseante era efectivamente Bin Laden y comprobar si se podía obtener alguna información secreta en el edificio. Obama fue preguntando sistemáticamente a todos los presentes qué recomendaciones sugerían. Por primera vez, Gates tenía una opinión distinta a la de los militares de uniforme. Estaba totalmente en contra de llevar a cabo un asalto.

—Es demasiado arriesgado —dijo.

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